27 de octubre de 2011

ESCRITO A CIEGAS

Rafael de la Fuente Benavides, (*Lima, 27 de octubre de 1908 - † 29 de enero de 1985) 
fue un poeta peruano cuya obra destaca por su hermetismo y hondura, fue, ademas, a modo personal un poeta que se quedo impregnado en las paredes de mi casa, por alla, por los años 90.
En este breve y humilde recuerdo por su nacimiento, quedo confinado al dolor, de no haberlo conocido, quiza, ahora, mis palabras comiencen una "Travesia de Extramares" y terminen anclados en una "Casa de Carton" para asi, reflejar, este sentimiento que quedo enterrado, bajo la "Piedra Absoluta".
ESCRITO A CIEGAS,1961

(*) Poema escrito luego de la solicitud que le hiciera Celia Peschero- argentina-quien le había pedido datos sobre su propia vida para realizar un trabajo en el periodico la nacion de la epoca sobre el poeta


Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?… Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
Y sensible volumen de ser mi humano,
Que es un cuerpo y vocación,
Sin embargo.
Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo,
Porque vivo, porque me mato.
Mi Ángel no el de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva sin término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante
Que es la Vida, y su engaño y su encanto.
Cuando lo sepas todo…
Cuando sepas no preguntar…
Cuando no sepas no saber nada
Sino roerte la uña de mortal,
Entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra de más…
La toda tuya vida es como cada ola:
Saber matar,
Saber morir,
Y no saber retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio,
Y no saber contenerse en su afán…
Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar.
¿Por qué me la pides, Literata?
¿Ignoras acaso que en el Mundo,
Todo de nadas acumuladas,
De desengrandar infinitudes,
No sino un trasgo
Eterno, sombra apenas de apetito de algo?
La cosa real, si la pretendes
No es aprehenderla sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
¡Cuídate de su atajo!
¡Cuídate de su distancia!
¡Cuídate de su despeñadero!
¡Cuídate de su cabaña!
¿Quién soy? Soy mi qué,
Inefable e innumerable
Figura y alma de la ira.
No, eso fue al fin… y era al principio,
Antes de donde el principio principia.
Soy un cuerpo de espíritu de furia
Asentada y de aceda ironía.
No, no soy el que busca
El poema, ni siquiera la vida…
Soy un animal acosado por su ser
Que es una verdad y una mentira.
¡Es tan simple mi ser, y tal ahogo,
Con punzada en nervio y carne!…
Yo buscaba otro ser,
Y ése ha sido mi buscarme.
Yo no quería ni quiero ya ser yo,
Sino otro que se salvara o que se salve,
No el del Instinto, que se pierde,
Ni el del Entendimiento, que se retrae.
Mi día es otro día,
Algún no sé dónde estarme,
A dónde no sé ir en mi selva
Entre mis reptiles y mis árboles,
Libros y cementos
Y estrellas de neón,
Y mujeres que se me juntan como la pared y como nadie… o como madre,
Y el recién nacido que sobre mí llora,
Y por la calle
Todas las ruedas
Reales y originales.
Así es mi día cabal,
Hasta la última tarde.
Y escribí libros para persuadirme
A que yo era alguien,
Uno según mi gana
O según mi nadie.
El Otro, el Prójimo, es un fantasma.
¿Existe el aire,
Donde te asfixias y recreas
Respirando, tu cuerpo inane?
¡No, nada es sino la sorpresa
Eterna de tu mismo reencontrarte
Siempre tú los mismos entre los mismos muros
De las distancias y las calles!
¡Y de los cielos estos techos
Que nunca me ultiman porque nunca caen!
(…)
¿Sabes de los puertos encallados
Del furor y del desembarcar,
Y del cetáceo con mojadísimo uniforme
Que no nada y cae ya?
¿Sabes de la ciudad tanta,
Que me parece ciudad,
Sino un cadáver disgregado,
Innumerable e infinitesimal?
Tú no sabes nada;
Tú no sabes sino preguntar.
Tú no sabes sino sabiduría.
Pero sabiduría no es estar
Sin noción de nada, sino proseguir o seguir
A pie hacia el ya.

                                                   

12 de julio de 2011

LA CASA DE LOS TRECE

Desde los viejos setenta que llegué al puerto, hasta mis aventurados días de adolescente por su ribera, hasta hoy, nunca, he dejado de pensar que Pimentel es mi refugio final donde anhelo terminar mis días.
ACP.


La vieja casa de los trece está cargada de recuerdos, de folklore familiar, de comidas alrededor de la enorme mesa, contando cuentos, oyendo historias y quizás hasta inocentes exageraciones. Hoy cuando inicie esta historia ya los protagonistas casi se han marchado. La marea ha hecho su trabajo ola tras ola bajo un cielo gris, año tras año mientras la espuma sigue llegando a la orilla y el buque varao (varado) que permanece impertérrito ante el tiempo, es testigo de los brazos de muchos nadadores que han acariciado sus fierros oxidados, nerviosos, picados, llenos de aves marinas, anhelando al fin, depositar por fin su casco sobre las peñas.

La dirección de la casa de los trece tiene dos razones sociales, es Atahualpa y es Torres Paz. La casa ha cambiado de colores durante muchos años y ha bebido tanto alquitrán en su techo como ha podido. Antiguamente había una maraña de la fruta de la pasión que se descolgaba hasta la ventana de fierro, donde hasta hoy es la sala principal, desde donde el patriarca de aquella casa dominaba sus pupilas entre el espacio del óxido aseado con keroseno (kerosén) reducido a humo de cigarro. Me asombra mucho lo que ha cambiado el puerto, mas la casa sigue siendo la misma. Me pregunto como escogió vivir en esa casa que tenia dos orientaciones distintas, imagino al abuelo mirando los cuartos con detenimiento para saber como dormirían sus 11 hijos y su esposa, como pasarían el verano en una casa donde los cuartos no tienen ventanas. Cuando viví allí me gustaban los sonidos que creaban sus largas paredes cuando cantaba, mas nunca me gustó la oscuridad que se habría de par en par en sus techos, más aún después de las veladas nocturnas en que los mayores acostumbraban algunas veces contar historias del mas allá. La ubicación estratégica de la casa conectaba directamente con la plaza principal, como con el mercado y la salida del puerto, paulatinamente se fueron demarcando otras ubicaciones que fueron las que hicieron esta casa tan especial. He vuelto mi mirada hacia los días de infancia y recordar lo feliz y también lo triste que fui. Rilke, afirmaba que la infancia es la verdadera patria del hombre y con esto dejo por sentado que uno pertenece a donde se crió.

La casa de los trece es la más hermosa - pienso -. Por la tarde de hoy me he acercado imaginariamente a su playa, he tocado la arena, he visto pasar a un niño pequeño de 5 o 6 años y me he recordado a mi mismo, bajo el cuidado de mi madre (que es la nro 9 de los once), jugando sin tiempo bajo un sol ceremonial y pausado que espera sin prisa el paso de las estaciones.
 
 

29 de junio de 2011

LA CASA DEL MARACUYA

LA CASA DEL MARACUYA

Dedicado a Blanca Bueñano de Peralta

El bus azul con franja blanca, propiedad de la familia Palma con matrícula que no recuerdo, ingresó a la calle Leoncio Prado a las nueve menos cuarto del pasado 30 de agosto del año 2002, con destino final: el Mercado; sin embargo, cuatro minutos antes se apeó del bus, en la calle Atahualpa con la misma Leoncio Prado, un hombre, un poco flaco, que vestía un buzo color negro, zapatillas blancas y polo de mezclilla cuello "v" color blanco. Era después de siete años que el aire con olor a mar le golpeaba el rostro. En su memoria recuerdos imborrables empezaban a formar una fila para asaltar sus emociones primeras. En su rostro, una leve sonrisa se dibujaba, aún sabiendo que nadie lo espera.

Después de recorrer con la mirada durante minutos que parecen horas ( la calle ) se interroga, aún incrédulo- he regresado- al antiguo puerto donde se crió, casi irreconocible, como si a él también le hubiera golpeado el desencanto del destino que golpea con martillo de herrero.

Sin prisa, avanza por la acera izquierda, cruza la puerta de la familia Nole, pasa por las ventanas de fierro de la familia Palma, alcanza la puerta blanca de la familia Vitela, sigue avanzando y llega a la tienda de los Piñarro. Se detiene en la esquina, en toda la casa de los Huamanchumo, el ritmo pausado de su andar se ha acelerado, obliga a la vista a ponerse firme y descubre la puerta grande, vieja y marrón de su infancia. El quicio, sitio profundo y ceremonial de los amores de adolescencia, la ventana de fierro oxidada por donde alguna vez y sin prisa Don Desiderio Peralta, lo miró jugar de chiquillo -era otra época- susurra, y arquea los ojos y respira el aire que le golpea hasta el alma y se pregunta donde quedó la frondosa cabellera del maracuyá que adornaba el techo de la casa que lo vió reir. Un sentimiento de orfandad se hace presente y lo amarga la añoranza.

En la esquina siguen transcurriendo los minutos, sus emociones ya habitan la tormenta, el territorio de los recuerdos y la imagen de la mujer por la que estaba allí, lo tenía suspendido, sin poder cruzar la calle para ser feliz y dejar en el borrador todas esas utopías, dolores, fiebres apasionadas por haber transitado contaminado y discordante de lo que se le enseñó.

El puerto de a pocos (se siente) entra en ajetreo. Él camina tímidamente en la claridad del día, hacia la puerta falsa de la casa, la principal está cerrada (y viene a su memoria el bloque de madera que lo tapia desde dentro), empuja imperceptiblemente y la voz de una mujer se oye en el comedor, mira la casa como si se mirara el alma, reconoce la Hierba Santa, el Guabo, que sembró rodeado de piedras que alguna vez arregló, los barriles de agua, que alguna vez llenó, el pórtico del cuarto del patio, el estante verde clavado a la pared, donde antiguamente se ubicaban los tarritos de lata llenos de clavos y otras especies del abuelo, debajo la mesa de madera donde se escribieron sueños entre juegos, mira el sillón de madera que parece un garabato y desde el cual cantaba inocentemente, revisa la pared de madera, adornada como un regalo de revistas multicolores pegadas con engrudo, el lavabo de piedra color rojo con su enorme espacio donde habitaban las bateas y los chanchitos. . . acaricia la puerta de madera vieja que es la entrada al corral (un mundo particular e imaginario se creo ahí). De pronto!... un movimiento llama su atención y ve a la mujer, empañados los ojos de lágrimas, repitiendo su nombre, como en un sueño. Él, la mira en silencio, llorando inmóvil, mientras ella con todos sus 82 años le abraza fuerte, acariciándole la cabeza con su mano derecha, temiendo, aunque lo negase por dentro, la partida, que es una cuña en el alma, que nos separa de la felicidad. 

8 de mayo de 2011

UN POETA ANTES DEL INVIERNO

UN POETA ANTES DEL INVIERNO
Reflexiones sobre Detrás de las Ventanas de Paolo Astorga

Que la palabra es efímera, hay cierta verdad en eso, que la palabra es constante, esa es una caracteristica permanente que se da, gracias a la existencia de pensadores, como Hector Ñaupari. Que como integrante de este circulo de palabras deja por sentado que las palabras son nuestras extensiones, las prolongaciones, de nuestro ser. Aqui en este blog recogemos sus palabras, que abrieron la presentacion del libro de Paolo Astorga, "Detras de las Ventanas".

Alfredo Coello Peralta.


El interesante libro de poesía Detrás de las ventanas de Paolo Astorga, llega de imprevisto, pero con culpa, como al pecador a quien el cielo se le derrumba por los pecados cometidos: sabemos que el castigo – o, en este caso, el poemario – llegará, pero no sabemos cuándo.

Arriba, pues, de manera imprevisible, igual que la poesía peruana, que es también la última hija de esa madre pobre que son nuestras letras: a la que menos le toca en esa mesa desprovista. Más aún, nuestra poesía ha sido el reino con más guerras intestinas, intrigas florentinas y conspiraciones asesinas o umbrías, según venga al caso.

Parafraseando al Leviatán de Thomas Hobbes, en el Perú el poeta es lobo para el poeta. La poesía peruana ha vivido los últimos cuarenta años en un estado de naturaleza permanente, donde sus habitantes, guiados por el instinto de supervivencia, un egoísmo perverso y mal entendido, y, por la ley del más fuerte, nos hallamos inmersos en una guerra de todos contra todos, que hace imposible el establecimiento de una sociedad y una cultura poéticas organizadas en torno a objetivos claros y metas comunes.

¿Porqué Astorga viene, cual enfebrecido profeta, hirviendo en revelaciones, con su voz nueva y fresca, con el alma vieja y cargada de recuerdos y pesadillas, a tocar las puertas de esta orgía sin freno que es nuestra poesía, desarreglo perpetuo que, como el Perú, nadie quiere ni se atreve a componer, sino únicamente a empeorar? Porque – eso estimo, al menos – para Astorga hacer poesía es un acto serio.

Este joven poeta asume que hay un atisbo de verdad en el verso de Vallejo, en su Himno a los voluntarios de la República, donde “todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él”, y entiende que la poesía es para el poeta un mandato ineludible, un llamado incontrastable a la acción, una tarea impostergable, un espina en el costado que nos duele y debemos sacarnos para vivir.

En las páginas de Detrás de las ventanas hay un emplazamiento directo: Astorga sostiene en cada uno de sus poemas que si la poesía es creación, inventemos. Si la poesía es una agonía absoluta frente a la página en blanco, salgamos victoriosos de ese combate. En su libro dota a la creación literaria de un mástil o palo mayor donde ésta puede ondear más alto. Astorga nos recuerda que los poetas seguiremos siendo, como se refería Octavio Paz al hombre que es otro, unas “criaturas imprevisibles”, como imprevisible, para bien, es en su quehacer este joven vate.

¿Y cómo lo hace? En una interesante conciliación de los contrarios, dando brillo a la oscuridad. Compañía a la desolación. Muchedumbre – sus lectores – a la soledad que le atenaza en cada verso. También metamorfoseándose, como los antiguos dioses griegos, en cuervos, búhos, inviernos, lluvias, pájaros fantásticos y feroces, crepúsculos, nieblas, silencios. Así, todo lo que significa solitario para un ser humano se reúne en el concierto de su obra.

Para muestra, un botón: el cuervo de Astorga, como en el poema Mi cuervo de Raymond Carver, “No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway. Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca. Tampoco era uno de los cuervos de Homero, impregnados de sangre coagulada tras la batalla”. El suyo es un ave enardecida que cercena sus sueños. Y así.

Trémulo, lúgubre, la precisa lectura para dar valor al suicida, Detrás de las ventanas es también el poemario del amor perdido y jamás recuperado. En su evocación romántica y naturalista, gótica a ratos, se expresa sutilmente el día siguiente de quien tiene quebrada el alma al verse abandonado por el ser amado.

En Detrás de las ventanas la noche es más oscura, el llanto más nítido, el nihilismo de quien vela su romance muerto y arrancado de su corazón es una declaración de guerra, un manifiesto revolucionario. Por eso mismo debe ser leído, para quien se sepa extraviado por el dolor, encuentre una hoja de ruta para internarse en ese laberinto sin salir jamás de él, igual que los personajes de Arthur Conan Doyle o Edgar Allan Poe, luego de cometer sus crímenes.

Y de este modo, como los caballeros medievales que buscan expiar sus pecados, y van a la batalla con el hábito del monje debajo de la armadura, así va Paolo Astorga con Detrás de las ventanas: espada en mano, frente a sus enemigos; o esperando con certeza el invierno de descontento, desolación y muerte que le arriba. Eso es poesía.

Y la poesía se encuentra en textos sublimes por su tenebrosidad, semejante al pensamiento del último hombre sobre un mundo devastado, como los oscuros veleros retornaron al cielo y a ti te abandonaron, donde dice “Sólo el océano mora por su indeleble pañuelo de sangre / párpados / que ya no recorrerán este desierto / iluminado de escombros y piel abandonada”.

El amor se vuelve masoquista para el poeta, en el poema letanía, que dice “Sé que ha nacido un corazón crucificado. Sin embargo / el alba aún habrá tocado mis labios / el instante congelado / decapitando una sonrisa”.

Y sube el tono en angustia natural, al revelarnos que “la piel sesgada ya no retiene las caricias / otra vez el sol que me espera de rodillas”. En su clímax, el joven poeta Astorga vuelve al eros, tánatos; al amor, muerte, y las dos se abrazan en el poema la esfinge se ha estremecido en su destierro, “donde todo se desnuda agonizando / ya muero, ya muero / qué dulce luz sin verbo, sin más brillo / que un ojo cobarde / añadiéndose al silencio”.

Por otra parte, como Isaías, el Príncipe de los Profetas, sus versos son revelaciones, sobre las difíciles horas que vivirá nuestro país, cuando nos dice, en el poema un muchacho antes del invierno, “pocas cosas han quedado impunes a la mirada funesta de los cuervos”.

El futuro de desolación y desasosiego que también han vivido nuestros padres y los padres de ellos queda patente en el poema un lugar imposible, donde señala que “No importará ya / que la máscara / se haga memoria en mi rostro”.

Y nos anticipa nuestro comportamiento en este reino invadido de escombros que será el Perú, en su poema cementerio, al disponer que “Quizás ya nadie / quiera dejar sus ojos / en esta gigantesca hoguera de sueños enlutados”, o como en el sol verdadero, que nos dice “Hoy despertaré condenado / a jugar con mi verdugo”, además, dejando entrever el muro de lamentos en que nos convertiremos, en el texto rumores del camino, donde el poeta expresa “Otra vez será muy tarde para limpiar la ceniza / que se ha desbordado en nuestros ojos”.

Por eso mismo, habrá que recordarles, de modo permanente, a estos dos aspirantes de dictadores, uno de los cuales nos gobernará, para nuestra desgracia, el verso límpido de Heberto Padilla, Para escribir en el álbum de un tirano:

“Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan–el–gago, Pedro–el–mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres”.

Y, a nosotros mismos, para entender nuestra singular condición, el magnífico poema Todo esto es mi país, de Sebastián Salazar Bondy, que les leo a continuación:

“Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un incansable manantial de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras, de muchedumbres quejumbrosas y altas sombras heladas;
Mi país es un corazón clavado a martillazos”.

Con Salazar Bondy, creo, sin embargo, que hay esperanza, que se nos devela para Paolo Astorga en el poema Orilla, cuando dice “y soñar bajo la lluvia calcinada de invierno / que existe un paraíso al final de este precipicio que te nombra lentamente / hasta devorar todas las hojas, la luz empozada en las gargantas”.

Cuando la democracia vuelva, Paolo Astorga, y muchos otros, regresaremos con los prisioneros, con los despojados, con las blancas mujeres dolientes, con los ateridos por los estragos de una larga espera. Con ellos nos pondremos la piel arrasada, los sacos sin recelo, el perdurable ímpetu. Seremos la primavera, la alegría, la ola libre azul que pese a irse vuelve siempre.

Y entonces, serán nuevas todas las cosas, el aire, la luz, la libertad, mi amor heredado, este hermoso poemario Detrás de las ventanas, y sobre todo el mañana, que se extenderá como el cielo en la línea febril del horizonte.

Muchas gracias.
Santiago de Surco, 23 de febrero de 2011