12 de julio de 2011

LA CASA DE LOS TRECE

Desde los viejos setenta que llegué al puerto, hasta mis aventurados días de adolescente por su ribera, hasta hoy, nunca, he dejado de pensar que Pimentel es mi refugio final donde anhelo terminar mis días.
ACP.


La vieja casa de los trece está cargada de recuerdos, de folklore familiar, de comidas alrededor de la enorme mesa, contando cuentos, oyendo historias y quizás hasta inocentes exageraciones. Hoy cuando inicie esta historia ya los protagonistas casi se han marchado. La marea ha hecho su trabajo ola tras ola bajo un cielo gris, año tras año mientras la espuma sigue llegando a la orilla y el buque varao (varado) que permanece impertérrito ante el tiempo, es testigo de los brazos de muchos nadadores que han acariciado sus fierros oxidados, nerviosos, picados, llenos de aves marinas, anhelando al fin, depositar por fin su casco sobre las peñas.

La dirección de la casa de los trece tiene dos razones sociales, es Atahualpa y es Torres Paz. La casa ha cambiado de colores durante muchos años y ha bebido tanto alquitrán en su techo como ha podido. Antiguamente había una maraña de la fruta de la pasión que se descolgaba hasta la ventana de fierro, donde hasta hoy es la sala principal, desde donde el patriarca de aquella casa dominaba sus pupilas entre el espacio del óxido aseado con keroseno (kerosén) reducido a humo de cigarro. Me asombra mucho lo que ha cambiado el puerto, mas la casa sigue siendo la misma. Me pregunto como escogió vivir en esa casa que tenia dos orientaciones distintas, imagino al abuelo mirando los cuartos con detenimiento para saber como dormirían sus 11 hijos y su esposa, como pasarían el verano en una casa donde los cuartos no tienen ventanas. Cuando viví allí me gustaban los sonidos que creaban sus largas paredes cuando cantaba, mas nunca me gustó la oscuridad que se habría de par en par en sus techos, más aún después de las veladas nocturnas en que los mayores acostumbraban algunas veces contar historias del mas allá. La ubicación estratégica de la casa conectaba directamente con la plaza principal, como con el mercado y la salida del puerto, paulatinamente se fueron demarcando otras ubicaciones que fueron las que hicieron esta casa tan especial. He vuelto mi mirada hacia los días de infancia y recordar lo feliz y también lo triste que fui. Rilke, afirmaba que la infancia es la verdadera patria del hombre y con esto dejo por sentado que uno pertenece a donde se crió.

La casa de los trece es la más hermosa - pienso -. Por la tarde de hoy me he acercado imaginariamente a su playa, he tocado la arena, he visto pasar a un niño pequeño de 5 o 6 años y me he recordado a mi mismo, bajo el cuidado de mi madre (que es la nro 9 de los once), jugando sin tiempo bajo un sol ceremonial y pausado que espera sin prisa el paso de las estaciones.